Cualquier pérdida, como la muerte de un ser querido, la devastación del trabajo de toda una vida debido a una catástrofe natural o la quiebra, es una crisis enorme para una persona. El mundo pierde repentinamente su realidad, nos sentimos como arrojados a una pesadilla sin fin.

La pérdida repentina de la forma física o el diagnóstico de una enfermedad incurable son experiencias igualmente dramáticas. Ningún ser humano, a pesar de las mejores experiencias de la vida, está preparado para afrontar una situación así. Cuando nos enteramos de forma inesperada de que todo nuestro cuerpo o sus sistemas u órganos individuales ya no son capaces de realizar sus funciones biológicas como consecuencia de un accidente, una apoplejía, un infarto o la progresión de enfermedades como la esclerosis múltiple, bajo la influencia del shock, no creemos en la verdad de los hechos e intentamos negarlos. Ignoramos lo que dicen los familiares y los médicos sobre la enfermedad, ignoramos las sensaciones corporales, minimizamos la amenaza. En cambio, seguimos muy dispuestos a aceptar cualquier cosa que nos dé la esperanza de que la disfunción retroceda. La negación inicial de una enfermedad es una reacción totalmente natural y común, que nos permite prolongar la aceptación de la pérdida de un valor tan importante, que para nosotros es la salud.

También es natural que una persona necesite un trato justo. Es difícil para una persona que sufre una pérdida repentina de salud encontrar una justificación para la magnitud de esta pérdida. Sienten que no se merecen lo que ha ocurrido. El sentimiento de injusticia a menudo despierta resentimiento hacia el mundo y fomenta reacciones de ira dirigidas también hacia los seres queridos y los médicos.

Algunas personas esperan volver a la situación anterior a la enfermedad por cualquier medio disponible. Están llenos de energía y participan en muchas actividades. Buscan ayuda no sólo en los logros de la medicina tradicional, sino también en formas de tratamiento no convencionales. La actividad constante les impide quedarse mucho tiempo con sus pensamientos y dedicarse a reflexiones para las que no están preparados. Dedicarse a varios tratamientos también da la sensación de haberlo hecho realmente todo.

La consecuencia de un gasto energético elevado suele ser el desánimo y el abandono de la lucha, sobre todo cuando los intentos posteriores de recuperar la salud resultan infructuosos. La irreversibilidad de los límites adquiridos llega a la conciencia con una claridad cada vez mayor, lo que conduce a una importante bajada del estado de ánimo. Existe la tristeza, el dolor tras la pérdida y la necesidad de hacer el duelo. Algunos también experimentan problemas con el sueño, el apetito y un abrumador sentimiento de culpa. Si crees que has llegado a este punto, intenta ponerte en contacto con un profesional: médico, psicólogo, terapeuta. Es importante poder compartir ahora las experiencias difíciles con otra persona y obtener apoyo profesional para ayudarle a superar este período desagradable más rápidamente.

El prolongado estado de duelo también conlleva cierta reflexión. Empezamos a notar que vivir sólo con el dolor constante de la pérdida no nos ayuda en nada, sino todo lo contrario. Tanto nosotros como nuestro entorno sufren. Gracias a estos pensamientos, las emociones negativas se acallan poco a poco, en su lugar está la esperanza de una vida mejor, con el tiempo también vuelve la voluntad de actuar. La liberación de las tensiones anteriores permite ver lo que realmente ha sucedido, lo que piensan los demás, qué pasos mejores se pueden dar y en qué hay que centrarse primero. La capacidad recuperada de evaluar la situación de forma realista y planificar aporta nuevas ideas.

¿Por qué la pérdida de la forma física es tan desgarradora? Todos intuimos que es algo extremadamente difícil. La discapacidad que se incorpora a nuestras vidas suele parecer insoportable. Sin embargo, las reacciones son muy individuales, dependiendo de los valores, las experiencias previas con la enfermedad y la medicina, la edad y la etapa de la vida. Para algunos, la discapacidad es una nueva experiencia vital, algo que les desorienta, pero de lo que pueden recuperarse rápidamente y volver a la vida cotidiana. Para otros, puede ser una derrota en la vida. Lo que será nuestra vida después de adquirir una discapacidad depende en gran medida de nuestra valoración del acontecimiento.

La intensidad del dolor psicológico de la pérdida de una discapacidad está relacionada principalmente con su asociación con otras pérdidas. Se da el caso de que después de adquirir ciertas disfunciones es imposible continuar con las trayectorias vitales ya elegidas: educativas, profesionales. La pérdida también puede referirse a proyectos, sueños, accesibilidad a diversos tipos de entretenimiento, deportes, vida cultural o social. Los roles sociales han cambiado. Algunos deciden entonces que no tienen fuerzas para volver a organizar su vida y se detienen, suspendidos en un callejón sin salida. Para salir adelante, necesitan un apoyo que les dé tiempo para construir sus recursos internos de fuerza, que respete su autonomía y que actúe como protección cuando exista el riesgo de un comportamiento que pueda agravar la crisis: escapar hacia la autocompasión, el derecho o la adicción.

Por lo tanto, una de las principales tareas a la hora de enfrentarse a la discapacidad adquirida es la necesidad de redefinirse a sí mismo, a menudo de forma muy profunda. Resulta esencial volver a responder a las preguntas inherentes a la juventud: «¿Quién soy yo, cuáles son mis características, mis relaciones con los demás, cuáles son mis responsabilidades, mis sueños, valores y planes?» Redefinirnos en estos ámbitos depende principalmente de nosotros mismos y no de las circunstancias externas, aunque éstas puedan ser a veces muy desfavorables. La forma en que nos definimos a nosotros mismos, a su vez, está vinculada a la forma en que actuamos y, por tanto, a la forma en que transcurre nuestra vida. Por lo tanto, en lugar de insistir en aspiraciones poco realistas, merece la pena replantearse nuestros objetivos vitales y establecer otros nuevos y más accesibles en un momento dado. Mientras aceptar las pérdidas nos resulte demasiado doloroso, será útil formular planes y tareas a corto plazo, por ejemplo, visitar a un especialista, informarse sobre las formas de atención disponibles, organizar viajes a lugares donde podamos descansar. Cambiar de lugar de residencia es también un cambio de perspectiva, por lo que puede ayudarnos a mirarnos de reojo, a ver que tanto en el pasado como en el presente seguimos siendo las mismas personas, con los mismos intereses, opiniones y sentido del humor.

La forma en que nos definamos a nosotros mismos también determinará cómo nos perciben los demás. ¿Nos miraremos sólo a través del prisma de las disfunciones adquiridas, nos veremos como alguien peor que los demás, que no sirve para nada, o tal vez seamos capaces de romper con los estereotipos negativos y ver que tenemos ciertas habilidades, cualidades y posibilidades, como cualquier otra persona? Un cambio de situación en la vida a menudo nos hace descubrir nuevas cualidades en nosotros mismos, como la terquedad interior, la determinación, la capacidad de hacer frente a las dificultades de la vida.

Dado que la crisis de pérdida de capacidad está tan fuertemente ligada a la crisis de identidad, no obtendremos recetas preparadas para afrontarla, al igual que nadie las obtendrá buscándolas. Sin embargo, podemos reunir a nuestro alrededor a personas que nos aconsejen, nos apoyen, critiquen amistosamente algunas de nuestras ideas, nos ayuden cuando descubramos nuevas barreras arquitectónicas y sociales. Observemos atentamente nuestro entorno, pensemos si queremos cambiar algo en él, planifiquemos cómo. Y recuerda que nuestro mayor enemigo suele ser nuestros propios miedos y prejuicios.

He aquí algunos consejos que pueden ayudar:

  • Defina sus objetivos inmediatos
  • Aprender a abordar los problemas dividiéndolos en tareas más pequeñas
  • Pide ayuda cuando la necesites
  • Encuentra gente a tu alrededor que te entienda. Busque apoyo en ellos
  • No te aísles emocionalmente. Aprender a expresar las emociones negativas de forma que no dañen a nadie
  • Averigua todo lo posible sobre el sistema de apoyo disponible para las personas con discapacidad: rehabilitación médica, educación, formación, prestaciones. Puede empezar a navegar por los sitios web de diversas instituciones y organizaciones
  • Cuida tu salud: una alimentación adecuada, el sueño, la relajación y el descanso son la base de tu bienestar
  • Desarrolla tus intereses y talentos
  • A los optimistas les resulta más fácil resolver diversos problemas: presta atención a tu visión de la vida, piensa en positivo, céntrate en el presente
  • Nadie sabe lo que depara el futuro: construye tu relación con los que te rodean para que, en circunstancias importantes, siempre tengas a alguien que te ayude a salir adelante
  • Mira a tu alrededor. Tal vez haya alguien al lado que necesite tu ayuda

    Autor del artículo: Edyta Oruba

    fuente: Instituto de Psicología de la Salud