El estrés nos acompaña casi todos los días, por lo que cada vez más investigadores intentan explorar sus mecanismos psicológicos en busca de formas de afrontarlo.
El tema del estrés y los procesos para afrontarlo y sus consecuencias son una preocupación constante. Hasta la fecha, se han realizado muchos estudios sobre el estrés en sus diversos aspectos. Al analizar estos trabajos, se observan numerosas definiciones, a menudo diferentes, del estrés y del afrontamiento.
El término «tensión» proviene de la física y se refiere a varios tipos de tensiones, presiones o fuerzas que actúan sobre un sistema. Este concepto fue introducido por primera vez en las ciencias de la salud por H. Selye en 1926. Según él, el estrés es una «reacción inespecífica del organismo ante cualquier demanda que se le plantee», a la que denominó Síndrome General de Adaptación (SGA) o síndrome de estrés biológico. Distingue tres fases en este síndrome
– fase de reacción de alarma: el organismo moviliza todas sus fuerzas disponibles (por ejemplo, se produce un aumento de la presión sanguínea o de la temperatura corporal);
– fase de inmunidad – adaptación, la persona tolera relativamente bien los factores de estrés, pero tolera menos los estímulos adicionales, que antes eran inofensivos;
– fase de agotamiento: se produce cuando los factores de estrés actúan con demasiada intensidad o durante demasiado tiempo. La persona empieza a perder sus capacidades de defensa, lo que provoca un colapso de las funciones fisiológicas. En la última etapa, pueden producirse cambios patológicos permanentes, que pueden incluso conducir a la muerte.
Selye distingue entre estrés constructivo y destructivo, y subraya que no todo el estrés es perjudicial. Cree que el estrés puede tener una función positiva, porque en determinadas situaciones moviliza a las personas para que actúen con mayor eficacia. Llama a ese estrés positivo eustrés, mientras que el estrés excesivo que causa daño se llama angustia.
Analizando las distintas teorías del estrés, se pueden extraer las siguientes conclusiones:
– El estrés es un estado de todo el organismo.
– Es un estado más extremo que un estado ordinario de tensión nerviosa.
– El estrés implica la interacción entre el organismo y el entorno.
– El estrés requiere la presencia de una amenaza que se percibe y se evalúa cognitivamente.
– La respuesta al estrés es la activación de las funciones reguladoras de la psique.
Desde el punto de vista de la psicología, se pueden distinguir tres corrientes en la definición del estrés
1. el estrés como estímulo (estresor) o evento con propiedades específicas;
2. el estrés como reacción, especialmente emocional;
3. el estrés considerado en términos de la relación entre los factores externos y su percepción por parte del sujeto.
Esta última tendencia «relacional» parece ser la teoría del estrés psicológico de R.S. Lazarus y S. Folkman, que ha obtenido un gran reconocimiento y es la más citada en la literatura.
La teoría del estrés psicológico presentada por estos investigadores es de naturaleza transaccional. Según ellos, el estrés es «una relación específica entre una persona y el entorno que es juzgada por la persona como una carga o un exceso de sus recursos y una amenaza para su bienestar». Lazarus y Folkman sostienen que el estrés psicológico no está «situado» en la propia situación ni en la persona, aunque está condicionado por las características del entorno y las características de la persona en una situación concreta. En una situación de estrés se produce una confrontación entre las creencias, los valores y las habilidades que posee la persona y las exigencias, las limitaciones y los recursos que aporta la situación. Esta relación se define como una transacción porque no sólo el entorno influye en la persona, sino que también la persona influye en el entorno (la relación va en ambas direcciones).
Evaluación primaria y secundaria
Existen dos tipos de procesos mediadores entre el estrés y sus efectos inmediatos y lejanos: la valoración cognitiva y el afrontamiento, es decir, la lucha o el combate del estrés. La evaluación cognitiva se divide en evaluación primaria y secundaria.
La valoración primaria consiste en la percepción e interpretación que una persona hace de una situación, si es amenazante y en qué medida. Por lo tanto, es el proceso mediante el cual una persona evalúa el grado de importancia de una situación para ella, ya sea sin sentido, favorable-positiva o estresante. Una situación de estrés comprende tres subtipos:
– el daño/pérdida se refiere al daño que ya se ha producido (por ejemplo, la muerte de un ser querido, la pérdida del sentido de la vida, etc.)
– la amenaza se refiere al daño que prevemos que puede producirse;
– el desafío se refiere a la evaluación de la propia capacidad para dominar una situación.
La evaluación primaria se refiere al significado de la situación o el acontecimiento para el individuo. Si se evalúa como estresante, se desencadena un proceso de adaptación -el afrontamiento-. El curso del proceso de afrontamiento depende de la valoración cognitiva secundaria, que se refiere a las posibilidades que tiene el individuo para afrontar la situación.
La evaluación secundaria está formada por los siguientes factores: grado de amenaza, existencia de formas alternativas de hacer frente a la amenaza, variables situacionales (por ejemplo, ubicación de la fuente de amenaza, limitaciones situacionales, factores de personalidad), jerarquía de necesidades humanas, valores valorados, sistema de creencias, disposición a formas específicas de reaccionar.
Así, la valoración primaria se refiere a la situación a la que nos enfrentamos, mientras que la valoración secundaria se refiere a las capacidades propias o del entorno y a las formas disponibles de afrontar el estrés.
¿Cómo respondemos al estrés?
El estrés provoca cambios en las funciones corporales a tres niveles:
– fisiológicos: aumento del ritmo cardíaco, dilatación de las pupilas, aumento de la sudoración, palpitaciones, tensión muscular en brazos y piernas, rigidez de cuello, sequedad de boca, opresión en la garganta, agitación psicomotriz, alternancia de sensaciones de frío y calor, pensamientos cortos;
– indicadores psicológicos: irritabilidad, desconfianza, hostilidad, ansiedad no especificada, ataques de ira, apatía, depresión, sentimientos de soledad, dificultad para tomar decisiones, autoestima alterada
– indicadores conductuales (cambios en el comportamiento): aumento de la excitabilidad, tics nerviosos, impulsividad, pérdida de apetito o sensación de hambre constante, trastornos del sueño (insomnio o aumento de la somnolencia), estallidos repentinos de ira o llanto, susceptibilidad a los accidentes, abuso de alcohol, tabaquismo excesivo, conflictos, falta de satisfacción en el trabajo, reducción de la productividad.
¿Cómo se afronta el estrés?
Hoy en día, el afrontamiento del estrés se considera una parte importante del proceso general de estrés. De la investigación se puede concluir que la forma en que afrontamos el estrés puede disminuir su impacto y mitigar sus consecuencias negativas.
Lazarus y Folkman definen el afrontamiento como «un esfuerzo cognitivo y conductual en constante cambio para gestionar demandas específicas externas e internas que la persona considera gravosas o que superan sus recursos». Desde este punto de vista, el afrontamiento es un esfuerzo deliberado realizado como resultado de la evaluación de una situación como estresante. En su análisis, Lazarus considera dos funciones fundamentales para afrontar el estrés
– la función instrumental orientada a los problemas y
– una función relacionada con la regulación de las emociones desagradables.
La primera suele consistir en cambiar la situación a mejor, ya sea modificando las propias acciones destructivas (centrándose en el yo) o cambiando el entorno amenazante. La segunda consiste en reducir la tensión desagradable y otros estados emocionales negativos. Ambas funciones pueden a veces entrar en conflicto, pero a menudo se apoyan mutuamente.
Los intentos de sistematizar las formas de afrontar el estrés no han conducido a soluciones inequívocas. Lazarus y Folkman distinguieron las siguientes formas de afrontar el estrés:
– confrontación defendiendo la propia posición, luchando contra las dificultades para satisfacer las propias necesidades;
– planificar una solución a un problema: acción planificada ante una situación de estrés;
– distanciarse haciendo esfuerzos para alejarse del problema, evitando pensar en él;
– evitar/evitar fantasear, esperar, desear;
– autoculpabilidad autocrítica, autoagresión;
– autocontrol que retiene las emociones negativas;
– buscar apoyo buscando ayuda o compasión de otras personas o instituciones;
– revalorización positiva buscando y destacando los puntos positivos de una situación estresante para reducir la sensación de pérdida o fracaso.
Cada una de las formas de afrontar el estrés enumeradas sirve tanto para resolver problemas como para regular las emociones. Cada una de ellas puede estar centrada en sí misma o en el entorno, y cada una puede referirse al pasado y al presente (pérdida de daño) o al futuro (amenaza o desafío).
Las investigaciones sugieren que las formas de afrontar el estrés dependen del sexo, la edad y la personalidad, incluida la introversión, la ansiedad, el locus de control y el tipo de factor estresante. En el proceso de afrontamiento del estrés es especialmente importante el apoyo social, que aumenta la capacidad de perseverar y afrontarlo con éxito.
Consecuencias del estrés crónico
El estrés crónico, es decir, el que se experimenta de forma permanente o frecuente, puede contribuir al desarrollo de muchas enfermedades. Los más comunes son: úlceras gástricas y duodenales, hipertensión, enfermedades cardíacas, diabetes, migrañas, artritis, asma, trastornos del sueño, anorexia nerviosa, bulimia, enfermedades de la piel (por ejemplo, urticaria, herpes, eczema, psoriasis), trastornos del deseo sexual en los hombres, trastornos menstruales en las mujeres.
La vida cotidiana demuestra que no somos capaces de evitar el estrés. La forma de afrontarlo depende en gran medida de nosotros. Conviene darse cuenta de que no es el estrés en sí mismo, sino nuestra reacción a él, lo que puede perjudicarnos.
Autor del artículo: Sylwia Kluczyńska
Fuente: Instituto de Psicología de la Salud
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